Fotografía Grotesca
Tijeras, cuchillo, una linterna, un osito de peluche y más de una visita a las carnicerías locales.
El osito… el más blandito y suave que encontré. Le brillaban los ojitos invitándote a abrazarle con ternura mientras que desconocía el futuro que le esperaba. Mi pareja le abrazó y casi se le tuve que arrancar de sus brazos cuando comencé a realizar el trabajo.
¡Llegó el momento! Le dije a sus vidriosos ojos mientras abría y cerraba las tijeras en alto…
La cara… era lo primero que me impedía hacer esto sin sentir cierto remordimiento. Clavé la punta de la tijera en su moflete y empecé a cortar.
El osito sin rostro podría haberme quitado todo remordimiento si no conociera el siguiente paso… Tenía que incrustarle una cabeza de conejo despellejado y fresco en la oquedad que el lindo rostro había dejado. Arranqué las vísceras blancas de algodón de la cabeza del osito para dejar espacio y cosí nuca con nuca para que la cabeza del conejo se mantuviera erguida.
¿Qué clase de monstruo haría algo así? Me preguntaba mientras me fijaba en el osito. ¡No podía permitir que quedase tan chapucero! De modo que le remendé el borde de la cabeza cortada para que quedase ajustada a la cabeza del conejo con la misma aguja que antes usé para atravesar la carne de la nuca del conejo. ¡Mucho mejor!
¡No se te ocurrirá desperdiciar ese conejo!
¡Por supuesto que no madre!
Tirando de materiales, corté las extremidades superiores y partí por la mitad el conejo. Mientras mi madre cocinaba para cenar la mitad del conejo, me invadió un sentimiento irónico y perverso, censurable por cualquier mente mínimamente cuerda y con ética.
Tenía que hacer una fotografía grotesca, ¿y que podía haber más grotesco que crear esta especie de monstruo de Frankenstein mientras su mitad inferior y extremidades pasarían por el tracto digestivo de mi propia madre?
Hablando de tracto digestivo… había comprado algo de cordero en la carnicería para este trabajo. Pero ya hablaré de ello.
Me quedé con la mitad superior por algo… Volví a tomar las tijeras separé el esternón de la carcasa desmembrada de lo que quedaba del conejo que no se comería mi madre. Abrí las costillas con un espantoso crujir de huesos rotos y volví a mirar al osito. Corté en canal el cuerpo del oso y volví a arrancarle las vísceras de algodón para dejar espacio a su nueva anatomía roedora.
Por desgracia, las costillas rotas desde la columna no mantenían la carcasa abierta a la vista del objetivo con lo que tuve que volver a tirar de hilo y aguja y sujetar una a una las costillas a la espalda del peludo muñeco.
Llegó la hora. ¡Era el momento de ponerse un poquito gore!
Coloqué la pequeña figura sobre un sujeta-servilletas en un telón negro sacado de la capa de vampiro de uno de mis disfraces de Halloween. Busqué en la bolsa de la carnicería la última compra. Una bandeja de tripas frescas de cordero. En este punto mi pareja se sumó al festival gore empujada por la curiosidad de lo que estaba haciéndole al tierno osito que hace apenas unas horas abrazaba con ternura.
Se puso unos guantes y abrió la bandeja desgarrando el celofán. De repente… una lagrima empezó a recorrer la mejilla de mi pareja… ¡Nunca habíamos olido algo tan asqueroso!
Metió la mano en la bandeja y sujetó la primera ristra de tripas. Las metió en la oquedad que mantenían abierta las costillas del conejo e introdujo unas pocas dentro del osito…
El tufo era insoportable e inundó inmediatamente el garaje en el que trabajaba mientras me tocaba coger la siguiente ristra de tripas y depositarlas en el interior. Eran tan jugosas y resbaladizas que salieron por si mismas del muñeco dándole un realismo natural que nunca hubiéramos conseguido colocándolas a mano.
Unos riñones… Un hígado… y listo. Ya teníamos a nuestro top-model listo para una sesión fotográfica.
Pero… Faltaba algo… Grotesca… Si, yo mismo me sentía culpable de la aberración que descansaba sobre mi capa vampírica, pero faltaba algo… ¡Sangre!
Busqué en la bolsa y ahí estaba. Un spray de sangre de los chinos 2€. ¿Parece mentira que utilizando tal carnicería recurriéramos a sangre artificial verdad? Pero la sangre se coagula y no se mantiene brillante para la ocasión. La esparcimos por las tripas, por el osito, por sus vísceras de algodón y por la preciosa cara que ahora lucía.
Finalmente colocamos las vísceras de algodón blanco de fondo atestiguando la masacre y la dulce carita del osito a sus pies tomando gran importancia en el resultado final… y todo gracias a sus tiernos y brillantes ojitos… Tan tierno… como su nuevo yo.